El periodismo, que es una de las mejores cosas del mundo, me gusta por muchas cosas. Pero, sobre todo, por textos como este:
Manifiesto de Segovia
En estos tiempos de crisis económica, publicitaria y de ventas –y por qué ocultarlo, de ética, también– en los que el lector parece mudarse del papel a la web, de las televisiones y radios tradicionales a Internet, y donde las viejas agencias de prensa se enfrentan al periodismo ratonero (de ratón del ordenador, que decía Pepe Comas), corremos un grave riesgo: confundir el negocio con Periodismo.
Nuestro trabajo no es ajustar balances sino contar historias, y éste no está en crisis. Todos seguimos teniendo la necesidad de escucharlas sin importar el formato y la herramienta de transmisión. Lo esencial es inalterable: salir allá fuera, donde suceden las noticias, buscar testigos, comprobar y volver a comprobar los datos protegidos y alentados por una redacción central que exige los más altos estándares de calidad. Esta bella definición de Periodismo pertenece a Bill Keller, director del The New York Times. (...)
El periodismo de calle –sea parlamentario o en una trinchera, que de todo hay– consiste en descubrir las gotas de Ryszard Kapuscinski, ésas que explican un universo. Sólo desde las pequeñas cosas, desde la gente a la que la vida niega incluso ser protagonista de su propia vida, se puede relatar nuestro mundo injusto, desigual y cambiante. La historia de un inmigrante recién llegado a España explicará más sobre el valor y la esperanza que cualquier estadística.
Resulta sencillo: sólo es necesario salir a la calle y escuchar.
El gran Periodismo, el imprescindible, nació para incomodar. Primero a los jefes del mismo periodista, pero sobre todo a los poderes públicos y económicos, tan dados a la desmesura. Nuestro trabajo es fiscalizar, investigar, descubrir lo que se quiere ocultar, servir a la ciudadanía más allá de lectores, televidentes, clientes o como se la quiera llamar.
El periodismo es un servicio público, además de un negocio. Sin ese servicio, pierden los medios de comunicación, pierde el público y pierde el país que renuncia a uno de los fundamentos de la democracia: la prensa libre. Y sólo son libres los que pueden acceder a las fuentes por sus propios medios, los que pueden enviar testigos formados para ver, entender y contar sin depender de las versiones de las fuentes contaminadas. Será caro, pero es buen periodismo.
En nuestra mano está mimar ése Periodismo para que los ciudadanos sigan siendo ciudadanos, y no meros consumidores, y para que los poderes sea cual sea su naturaleza, se sientan vigilados.
Sólo aquellos medios de comunicación que permanezcan fieles a su misión de informar sobrevivirán. El mayor peligro para el futuro de los periódicos, las radios y televisiones, no es una administración hostil, ni las crisis económicas ni un modelo de negocio al que las nuevas tecnologías han puesto del revés.
El verdadero peligro es la pérdida de la fe en nuestro oficio, la renuncia a sus fundamentos éticos, a su labor esencial en la sociedad democrática. Se podrá ejercer ese periodismo en los medios clásicos y en los nuevos, en el papel y en las webs y blogs, pero lo que nunca cambiará es la esencia de nuestro trabajo. Don Hewitt, uno de los grandes en EEUU, y creador del programa 60 minutos de la CBS, lo resumía tres palabras: “Cuéntame una historia”.
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