Hace ocho años, estaba en segundo de periodismo y me quedé pegado a la tele cuando me enteré de que en Afganistán había muerto Julio Fuentes. En esa edad te crees el rey del mambo y como queríamos ser el mejor reportero de guerra del mundo, pues se despertó una especie de solidaridad periodística que me sirvió para hacer un trabajo, que me pusiesen buena nota y poco más.
Hoy leo esto, y me sigo emocionando. Los que me conocen saben que una de las cosas que más me gusta es hablar sobre periodismo. Y me siguen emocionando las historias que se cuentan sobre periodistas que han consagrado su vida a contar historias interesantes a los demás
Y para muestra, esto: La guerra no se puede contar -hoy menos que nunca- y sin embargo los hay que se empeñan en hacerlo, yendo de conflicto en conflicto y espantando a golpe de palabra o imagen los fantasmas del cinismo, aferrados a la idea quijotesca de que, en mitad de la batalla, en guerras cada vez más estúpidas y desiguales, el periodista puede y debe ser la voz de los que han quedado atrapados en medio.
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